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La prometedora ópera prima de la directora Júlia de Paz Solvas se sigue con la misma honestidad y sencillez que le imprime a esta historia llena de sentimientos, cuyo origen se halla en su cortometraje homónimo presentado en 2018. El realismo recorre la odisea de una joven madre desubicada y sin hogar, logrando que el espectador se sienta muy cerca de ella en la desesperanzadora batalla diaria por encontrar trabajo y alojamiento. El drama contrasta con el desinhibido paisaje turístico de Benidorm y termina tocando la fibra sensible, sensación que se multiplica al compartir tan angustiosa situación con su hija de seis años.
Pepa se dedica a repartir descuentos de una discoteca a los turistas. Disfruta de la noche, pero su vida es un desastre, al punto de que la amiga con quien convive decide echarla de casa. No acaban ahí sus desgracias, ya que tras un incidente con su jefe pierde el empleo. A partir de ese momento irá deambulando de un lado a otro, tratando de salir adelante sin descuidar a la pequeña Leila, que también sufre este calvario urbano de incierto destino.
Apenas se preocupa de aportar datos sobre los antecedentes de la protagonista. Muchos detalles quedan en el aire, solo se apunta a un lejano conflicto familiar, pese a lo cual consigue interesarnos de pleno por su devenir gracias a la puesta en escena, que huye de los artificios y de recursos intencionadamente lacrimógenos. Aun así, emociona y encorajina a partes iguales porque sale a relucir la cara cruel e insolidaria de una sociedad a la que le cuesta ayudar a los perdedores.
El guion sabe llevar ese tour de forcea un clímax desgarrador desde el que abre una ventana hacia el futuro; sin embargo, su final no constituye en sí mismo un desenlace e igual que sucede con el pasado del personaje, invita al público a concluir el relato como prefiera. Se advierten ligeros altibajos narrativos, que cabe justificar si se toman a modo de respiro entre tanto infortunio.
La realización muestra una solvencia poco habitual en un debut. Domina la cámara al hombro y utiliza eficazmente los primeros planos, dotando de mayor proyección los estados de rabia, desesperación, soledad y frustración por los que transita esta mujer desamparada.
Tamara Casellas supone todo un descubrimiento. La implicación y derroche interpretativo que exhibe justifican el premio obtenido en el Festival de Málaga y la convierten en firme candidata al Goya. Le acompaña la sorprendente Leire Marín Vara, cuya naturalidad resulta decisiva a la hora de dotar el film de completa verosimilitud; mientras Estefanía de los Santos conmueve en su breve intervención y Manuel de Blas aporta gotas del oficio que atesora.